martes, 11 de diciembre de 2018

(4) Mysore y el palacio real

Salimos prontito del resort de Wayanad pues teníamos varias horas de autobús hasta Mysore, la antigua capital del estado de Karnataka. Aquí nos alojamos en el Grand Mercure, un moderno hotel donde recibimos un trato estupendo, con una comida fantástica. 
Sin embargo, nuestra habitación (en la quinta y última planta) nos tenía reservada por la noche una sorpresa: un ruido infernal que se hizo patente al apagar la luz para dormir. Pensamos primero en el aire acondicionado y en que debíamos tener sobre nosotros la maquinaria de todo el hotel. Excuso decir que no descansamos muy bien.

Rodeado de verde y situado junto a una arteria importante de la ciudad, su existencia se entiende por el potencial de una urbe que concentra gran parte del turismo del estado de Karnataka, aunque no sea ya su capital ni tampoco la ciudad más poblada. Para situarse, tiene 1,3 millones de habitantes, una urbe media india, y la capital, Bangalore, o Bengaluru (actual y reciente denominación),  multiplica esta cifra por diez: ¡13 millones! y es sede de la pujante industria tecnológica del país. Aunque nuestra corta visita a Mysore impedía más actividades, en la ciudad hay numerosos palacios y museos y en sus cercanías varios parques nacionales y santuarios de fauna salvaje que justifican una estancia mayor.


Aunque los católicos son escasos, encontramos símbolos navideños en Mysore,por ejemplo en los accesos al hotel.

Solo estuvimos unas horas en Mysore, destinadas a visitar el palacio real y después el templo de Kesava, esto último la compensación por el (no) safari de Wayanad. Pero, a diferencia de Aurangabad, callejeamos por la ciudad, toda una experiencia.


El palacio es una enorme construcción, con un exterior impresionante.



Sin embargo, es relativamente reciente, edificado entre 1897 y 1912, aunque ampliado en 1940 tras un incendio.


Los actuales marajás de Mysore son una pareja joven (él, 28 años; ella, 24) y tienen a su disposición un ala del palacio, aunque residen más tiempo en Bangalore que aquí. Hace dos años tuvieron un heredero varón y fue una fiesta en Karnataka: es la primera vez que sucede en 400 años por sorprendente que parezca.


Su interior (tuvimos que dejar los zapatos para entrar, había mucha vigilancia y también una gran cola), es una sucesión de salas de columnas y salones que impresionan. En el de la imagen superior, una pintura reflejando con realismo una procesión con los jerarcas al frente ocupa todo su perímetro, varios cientos de metros, con docenas de sucesivas vistas de su recorrido, dejando en medio puertas y ventanales. El pintor o pintores trabajaron duro.

Decoración colorista, suelos con mosaicos haciendo combinaciones, configuran este llamativo palacio que se recorre con asombro.


Todas tienen su destino y objetivo: reuniones de "importantes", recepciones y cosas de este estilo.


La foto superior corresponde a la terraza de uno de los salones, con gradas, abierta sobre una explanada donde tienen lugar importantes conmemoraciones. No se aprecia en la imagen, pero está protegida por una red para que las palomas no colonicen el interior del palacio.


Jóvenes y escolares se fotografiaban delante del palacio al concluir la visita en una calurosa jornada.


Los indios del sur tienen la tez más morena que los del norte y las mujeres utilizan vistosos saris.


En el exterior del palacio hay jardines, esculturas y también este templo.


Como los visitantes autóctonos, también nosotros decidimos fotografiarnos ante su fachada principal. La foto se publicaría semanas después en el Diario de Burgos.


Después de almorzar estupendamente en el hotel, salimos para el templo de Kesava (o Chennakesava), situado a 35 kilómetros de Mysore. De camino vimos llamativos campos cultivados.



El templo impresiona por su estado de conservación después de casi setecientos años (fue construido en la segunda mitad del siglo XIII) y por el excelente trabajo de cantería, en el patio y en su interior y también en los muros que lo circundan.



Había mucha gente y nuestra piel clara llamaba la atención, y los niños no disimulan.


El templo está considerado una obra excepcional de la arquitectura de los Hoysala, la gran potencia del sur de la India en aquellos tiempos.


En este caso, un muro rodea un amplio patio, en el que se alza el templo propiamente dicho, de forma estrellada y sobre una elevación.

El conjunto tiene una distribución especial y una perfecta simetría.

Animales, dioses, bailarines, músicos forman parte de esta compleja decoración, que debió de ocupar mucho tiempo a muchos artistas.


Y en una de las paredes exteriores del conjunto central hay tallas en la pared con escenas sexuales propias del Decamerón.



Pero también en las zonas laterales hay otros santuarios con celdas donde se supone que vivían los monjes, además del principal en el centro.
Tras la visita regresamos a Mysore, donde quien quiso dejó el autobús para hacer un recorrido a ciegas por la ciudad, sin duda una animada urbe.

Había mucha gente en las calles, llenas como siempre de quioscos callejeros y comercios de todo tipo.

Por supuesto, los puestos de fruta abundan.

Una de las plazas céntricas de Mysore
Aunque caía la noche y estaban recogiendo, visitamos un mercado tradicional de verduras y especias y transitamos por calles donde los vendedores nos asaeteaban para vender sus productos. Casi no había aceras, eran la excepción, y unido al intenso y caótico tráfico complicó bastante un paseo atractivo como el que hicimos. Cruzar las calles, como en Bombay, era una operación de cierto riesgo, a lo que se unía una escasa iluminación pública.


De vuelta al hotel cenamos en una terraza al aire libre anexa al comedor cubierto. Era bufé, como al mediodía, y realmente variado y atractivo. Había personal en abundancia, como en otros muchos sitios, con una atención casi personalizada y amabilísima. Como ejemplo, el pequeño escalón entre terraza y comedor tenía un portero asignado en exclusiva, que abría la puerta mientras te lo advertía... aunque pasaras por allí ocho veces a lo largo de la cena. 


Al día siguiente salimos pronto de Mysore en dirección a Bangalore, donde íbamos a tomar un avión para llegar a Goa. Eran unas cuatro horas de autobús y Gulab nos sorprendió con una parada en Ramanasara.


Según explicó, esta localidad es sede de un afamado mercado de gusanos de seda todavía en el capullo que se destina sobre todo a China.


No había problema en entrar, aunque tras un vistazo para el profano todo es lo mismo: naves con puestos donde venden capullos de seda en apariencia similares. Cuando no has visto nunca algo parecido, resulta interesante.

Los indios, como era habitual, haciéndose un selfie en nuestra compañía
Tras un paseo por este recinto monovarietal, pues solo hay blancos capullos, seguimos nuestro camino.


Antes de abandonar la localidad nos llamó la atención una gigantesca estatua de Jánuman, el Dios Mono, que los hinduistas consideran un aspecto del dios Shiva. Es una de sus principales deidades y destaca por su sabiduría, su humildad y su extraordinaria fuerza física, hasta el punto de que al nacer saltó al sol... al confundirlo con una fruta.


Una vez en Bangalore, comida en un hotel próximo al aeropuerto y de inmediato vuelo a Goa. Lo que vimos de esta ciudad gigantesca no fue precisamente atractivo, pero es una impresión producto solo del trayecto en bus.

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