sábado, 1 de diciembre de 2018

(1) Mumbai, Bombay.... pasando por Doha


La llegada al renovado aeropuerto de Doha, la capital de Catar, impone. Es una instalación moderna y llena de gigantescas obras de arte, entre ellas este peluche, que en realidad es de cobre y pesa casi veinte toneladas del artista suizo Urs Fischer. Lo que circula por Internet es que fue una donación de la jequesa de este pequeño pero muy rico país árabe.


Aunque un tanto adormilados por el extemporáneo horario del viaje, fuimos descubriendo las maravillas de la instalación en las tres horas de escala. El grupo de siete amigos gallegos (más una burgalesa) habíamos salido del aeropuerto de Barajas a las ocho de la mañana del 30 de noviembre de 2018 dentro de un grupo de treinta personas que íbamos a pasar dos semanas en el suroeste de la India. Fue un tour organizado por el sempiterno viajero José Luis Barrios, de Burgos, en colaboración con una importante agencia. Para salir a esa hora tuvimos que darnos un madrugón que partió la noche por la mitad, pero es lo que tiene turistear, que a veces impone sacrificios.


Junto con la escultura, vimos en el aeropuerto enormes e impactantes anuncios, restaurantes especializados en caviar, salones de oración masculinos y femeninos y adelantos tecnológicos como trenes en la primera planta para llegar con rapidez y sin esfuerzo a las puertas de embarque.


También cuenta con agradables y cómodas salas de descanso, siempre separadas las de hombres y  mujeres, pero nosotros nos hicimos los despistados para la foto y además estaban casi vacías ya en el filo de las once de la noche, hora local. Sabemos que también tiene piscina y muchas más cosas más y que, si tienes una escala de más de cinco horas, te dan de comer gratis, aunque parece ser que mucha gente no lo sabe y, por lo tanto, tampoco lo gestiona. Igualmente, cuenta con numerosas zonas de juegos infantiles, todas del mismo estilo rompedor.


Además de cansados, estábamos afectados por el aire acondicionado helador y agresivo del avión, situación que se repetiría en el vuelo hasta Bombay. Tuvimos que taparnos con las mantas y con todo lo que teníamos a mano. Una pena ya que el avión, el personal y la comida de Qatar Airways fueron superiores a lo habitual. Tras el receso en Doha seguimos viaje a nuestro destino, el también moderno aeropuerto de Mumbai/Bombay, donde llegamos de madrugada. Allí tuvimos que hacer varias colas, una para identificarnos ante la policía y otra en el escaneo del equipaje de mano que alcanzó unos doscientos metros. La primera fue un tanto atrabiliaria ya que el aparato de las huellas digitales funcionaba mal y ralentizaba el proceso, unido también a la cara de cansancio y los bostezos de los agentes a esa intempestiva hora de la madrugada.
Nos recibió en el aeropuerto un chico joven que no hablaba español y, antes de entrar en el autobús, nos colocó a todos una guirnalda de flores, como gesto de bienvenida. Pasadas las cinco de la mañana del 1 de diciembre, hora local,  y con 26 grados de temperatura, llegamos a nuestro hotel, el Vivanta, y caímos derrengados en la cama.

Hotel Vivanta, en la zona de Colaba
Eso fue lo que hicimos todos, ignorando el desayuno que podríamos haber tomado al poco rato. Preferimos citarnos para comer a mediodía y realizar después un recorrido vespertino por la capital económica de la India, una megalópolis que impacta con sus 24 millones de habitantes, especialmente a aquellos que, como nosotros, no conocíamos el país. 

Recepción del Hotel Vivanta President
En el hotel, al llegar, el personal nos había recibido con una bebida fresca y colocándonos la marca roja tradicional de su cultura en la frente. Pronto nos encontramos con Gulab, nuestro guía durante todo el viaje, que hablaba un estupendo y peculiar español y que nos transmitió muchas cosas interesantes, no sólo de lo que veríamos, sino también de su cultura y tradiciones.

Gulab, nuestro guía, dando las primeras indicaciones en Bombay

Procedente de Jaipur, en el norte, su compañía y explicaciones hicieron mucho más agradable la estancia. La primera de todas fue «Namasté», término que utilizan los indios tanto para saludarse como para despedirse, y cuyo significado literal es: «Mi alma saluda a Dios que está en usted».



Uno de los monumentos más destacados de Bombay es la Puerta de la India (arriba), un enorme arco de basalto levantado a partir de 1911, cuando el rey británico Jorge V visitó el país, aunque no se terminó hasta 1924. Está situado en la zona marítima más céntrica de la ciudad.


Junto al anterior, la estación de ferrocarril, bautizada originalmente, en 1887, como estación Victoria en homenaje a la reina británica, pero renombrada en 1996 como Chhatrapati Shivaji. De estilo gótico victoriano, es Patrimonio de la Humanidad desde 2004 y se encuentra en uso. Impacta más en las imágenes que en realidad, que también, ya que las fotografías diluyen la pátina de suciedad que recubre el impresionante inmueble. Sin duda la brutal contaminación de la ciudad tiene mucho que ver con su aspecto. Encontramos Bombay cubierta por una cúpula gris que impedía ver el sol y así fue los días que estuvimos. Nos dijeron que era lo habitual debido a los millones de coches, motocicletas y autobuses que la recorren y no precisamente modernos. El problema medioambiental es una de sus carencias visibles, como comprobaríamos también en el viaje en barco al día siguiente para llegar a la isla Elefanta.


Desde el autobús nos hicimos una primera idea de la ciudad, al menos en su parte más turística y central, con edificios que debieron ser muy vistosos en el pasado, como el de arriba.


Y otros que nunca tuvieron historia y que igualmente precisan una mejora desde nuestros ojos de turistas europeos.


Sin caer en el tópico de caos de tráfico, que así es, el desorden de la circulación rodada impone, aunque uno llega a sospechar que, en medio del caos, reina un cierto orden en el que motos, coches y viandantes se disputan el poco espacio disponible sin atropellarse, o al menos, atropellándose sólo lo necesario. 



Era sábado y por tanto había menos coches de lo habitual, pese a lo cual las calles estaban atascadas y los semáforos, y desde luego los pasos de cebra, o brillaban por su ausencia o eran olímpicamente ignorados por los conductores. Unido a lo anterior, la afición de los indios por el claxon conforma una forma ruidosa, alborotada y muy lenta de moverse. Cruzar una avenida era un ejercicio de riesgo: empezabas a atravesar (un punto aterrado) la calle atestada y más o menos te esquivaban  y tú alcanzabas el otro lado, en principio sano y salvo y  te costaba creer que lo habías conseguido. Se dice que en la India para conducir se necesitan tres cosas: suerte, estupendos frenos y una buena bocina. Desde luego lo primero es básico y el pito se usa a discreción. Añadimos que el peatón necesita mucho arrojo y, de paso, un ángel de la guarda . A pesar de ello y de estar muchas veces ....a punto de....no vimos prácticamente accidentes a lo largo del viaje. Normalmente no había señalización horizontal para delimitar los carriles, tampoco en las carreteras, por lo que los vehículos se organizan de manera autónoma. Para nosotros era un batiburrillo confuso pero ellos estaban en su salsa, como no puede ser de otra manera .


La tarde se completó con una visita al museo del Príncipe de Gales, igualmente un edificio de la época colonial (la India logró su independencia en 1947). Su nombre actual en marathi, el idioma propio del estado de Maharashtra, cuya capital es Bombay, es Chhatrapati Shivaji Maharaj Vastu Sangrahalaya. En la India hay dos idiomas oficiales en todo el país, hindi e inglés, a los que se añade en cada estado la lengua local. Sin duda, un panorama complicado pero conviene tener presente que allí viven más de 1.300 millones de personas, el 19% de la población mundial y casi el doble que en toda Europa. 


Ese día se estaba celebrando en los jardines del museo una fiesta oficial de Tailandia organizada por su embajada, lo que explicaba la decoración y la presencia de carpas e invitados.


Construido en las mismas fechas que la Puerta de la India, de nuevo se trata de una edificación victoriana con mucho empaque, que se encontraba llena de gente y abundantes escolares.


Estaba organizado a partir de un espectacular vestíbulo hexagonal, desde donde se accedía a los pisos superiores y a las galerías. La peculiaridad de la foto siguiente es que estos ornamentos están hechos con huesos humanos. 


Considerado uno de los principales de la India, está especializado en arte, historia natural y arqueología.


Hay también una secciones de armas históricas, tejidos y quizás un poco de todo. Gulab nos introdujo en las deidades hindúes y sus manifestaciones. Son tantas que cuesta memorizarlas. 
De vuelta al hotel algunos preferimos quedarnos cerca del paseo marítimo y regresar a pie viendo de cerca la ciudad y sus habitantes. 


Nos habían dicho que no había problemas de seguridad y que se podía pasear sin preocupación por casi cualquier parte, cosa que confirmamos ese día y a lo largo de todo el viaje. También que los indios son personas en general muy amables.


El recorrido del kilométrico paseo marítimo de Bombay fue una inmersión en la India moderna, con parejas de jóvenes de ambos sexos disfrutando de una cálida tarde sabatina. Estaba atestada de gente, en  su mayoría menores de venticinco años o así, que charlaban en grupo y manejaban sus móviles. En ese momento no nos pareció nada especial, similar a lo que veríamos en cualquier ciudad occidental, pero sí al cabo de unos días. El propio Gulab nos explicaría con detalle la existencia y vigencia de los matrimonios concertados por los padres, el suyo entre ellos, de manera principal en las áreas rurales, y las dificultades para que chicas y chicos puedan conocerse por libre. Enterados de como va la cosa todavía en los estertores del año 2018, concluimos que lo que veíamos ni mucho menos era representativo de la India, solo de su ciudad puntera en desarrollo económico y posiblemente social.


Nosotros, atentos a todo, agotamos el paseo y nos fotografiamos con el skyline del otro lado de la bahía. 



Acabado el paseo marítimo, caminando hacia el hotel unos cuantos kilómetros, recorrimos otras zonas de la ciudad con una estética diferente, menos cool pero de interés. En algunos lugares hubo sorpresas, como cuando en una acera vimos a dos mujeres enganchando un plástico en un muro y en la acera para configurar una amplia tienda de campaña para pasar la noche. Por ese lugar volvimos a pasar un día después y la situación era la misma, o sea, que dormían allí a diario. También vimos chabolas de una configuración especial, con dos o tres pisos de altura y en los cuartuchos de los bajos tenían gallinas y muchos niños muy pequeños, descalzos pero en general con buen aspecto.También mercadillos en plazoletas dentro de un barrio chabolista donde se cocinaba de todo al aire libre. Ya en el hotel Vivanta, disfrutamos de una buena cena, como también lo había sido la comida. 




Al contrario de lo que sucedería en días posteriores, no era bufé: sopa de tomate, filete de pollo con verduras y tartaleta, al mediodía. De noche, una bandeja con seis platitos de recetas vegetarianas. Nos gustó.


La visita a las Cuevas Elefanta era el plato fuerte de la siguiente jornada. Se trata de una serie de templos excavados en la roca en la isla de este nombre, por lo que conocerlas implicaba un previo paseo en barco... y por tanto descubrir la bahía de Bombay.

Histórico hotel Taj Mahal (i) y al lado la torre con la que fue ampliado; a la derecha, la Puerta de la India

La excursión partía de la Puerta de la India, un lugar atestado de visitantes y también de autóctonos. Junto al monumento se encuentra el histórico hotel Taj Mahal, construido por iniciativa de Jamsetji Tata tras prohibírsele la entrada a un hotel de lujo «solo para blancos». Inaugurado en 1903, posteriormente se le añadió la torre situada tras la Puerta de la India, con la que totaliza dos mil habitaciones. Al día siguiente, antes de abandonar la ciudad, dimos un paseo por la zona y visitamos su planta baja, llena de tiendas de lujo y de un potente aire acondicionado... que nos recordó el del avión.


Este hotel fue objeto de uno de los ataques terroristas de 2008 cuando se encontraba allí Esperanza Aguirre. En total fueron sesenta y provocaron cerca de doscientos muertos. Esta sangrienta campaña provocó que los hoteles y casi cualquier lugar público cerrado de la India cuente con escáneres para equipajes y personas. Nos ocurrió en todos los hoteles y en museos o palacios a los que acudimos . Por este hotel pasó todo personaje que haya visitado Bombay, llámese Bill Clinton, John Lennon, Príncipe Felipe, Elvis Presley o Jacques Chirac. 


En un barquito ad hoc llegamos a la isla Elefanta tras una hora de travesía. Junto a la Puerta de la India estaba montado un recinto para la fiesta de la Marina, con escenario, sillas y todo lo necesario para un festejo oficial. El día no estaba claro, como ya indicamos, pero al montar en el barquito descubrimos que el agua tenía también un sospechoso color oscuro-chocolate, tanto en el puerto como luego mar adentro. Y que en ella flotaban, incluso lejos del litoral, desechos de todo tipo Impresionaba tanta contaminación a la vista, que incluía desde mochilas a las inevitables botellas de plástico o zapatos. Al regreso, mientras el barco atracaba, dos personas de otro cercano lanzaron al mar unas bolsas de snacks que acababan de comerse, a un agua ya repleta de suciedad. El proceso educativo ambiental promete durar en este país. La pregunta es si se depuran los residuos, o al menos una parte, de esta inmensa ciudad. Asusta conocer la respuesta.


Un amplio muelle nos recibió en Elefanta, con el agua igual de oscura y poco natural que la de Bombay city.


Hacia calor húmedo que aplanaba, pero pese a ello no necesitamos utilizar el tren chu-chu que te acercaba a la isla. 


Los templos de Elefanta, uno de ellos Patrimonio de la Humanidad, eran lugares de culto hindú (el mayor) y budista (los más pequeños) hasta la llegada de los portugueses.


Excavados a pico y pala, datan de los siglo V al VIII, y el nombre de la isla proviene de la escultura de un elefante que descubrieron allí los portugueses.



Al tratarse de un domingo y de un lugar turístico principal, las cuevas estaban atestadas de gente y las recorrimos con nuestro guía, que nos fue dando explicaciones de su origen y construcción, sobre todo de la principal, dedicada al dios Shiva, clave en el hinduismo.


Dejando de lado el interés por la historia o la religión, a veces lo más interesante se encuentra en la periferia. Para llegar a la zona de los templos había que subir una empinada cuesta y muchos escalones atestados de puestos con todo tipo de recuerdos y mercancías y vendedores que se empleaban a fondo para que te detuvieras y compraras.  Y si no podías/querías andar, te porteaban en unas sillas toscamente adaptadas.


Y junto a la entrada a la zona de cuevas las vacas sesteaban ajenas al ajetreo en espacios plagados de plástico y basura. Nadie les hacia caso pero por supuesto tampoco las incordiaban. Son sagradas y tienen una vida plácida. Las vimos por todos lados, en lugares apartados como éste o céntricos, junto a la estación Victoria; en carreteras y autopistas, en caminos o rozando hierba en cuidados campos de té.


Menudeban también las barcas, supusimos que de pesca, a pesar del estado del agua.


Y también las calas llenas de residuos variados; al fondo de la imagen superior, la trasera de puestos de recuerdos donde los turistas forzosamente tienen que desfilar.


E igualmente abundaban monos habituados a la gente y la vida moderna. Estaban en grupos, sobre todo al lado de puestos y papeleras, sus  nichos de alimento, y mostraban una extraordinaria pericia para vaciar las bolsas abandonadas y hacerse con los restos que sacaban también de las papeleras. El que conseguía una se alejaba a la carrera para evitar que se la arrebatasen sus propios compañeros.
De vuelta a Bombay, tras una parada para almorzar en el hotel Fariyas (en el que íbamos a alojarnos, aunque el finalmente elegido le supera y mucho) hicimos una visita en grupo a un barrio singular. 


En el centro del barrio hay unos cubículos donde lavan ropa de hoteles

La comida era tipo bufé y, tras el paseo en barco, algunos decidimos dejar de lado las opciones de pescado, no nos parecía recomendable, una tendencia que mantuvimos durante el viaje. Con semejante contaminación era dudoso comerlo. El barrio en cuestión se llama Dhobhi Ghat y el guía informó de que aparece en la famosa película Slumdog millonaire, y desde luego no dejó indiferente a nadie. Existe, incluso, una película de 2010 que tuvo cierta repercusión, con el mismo título, en la que se cuenta la historia de un artista famoso que entabla relación con una lavandera de la zona. La ocupación principal de los vecinos es lavar ropa, sea de hoteles, hospitales o particulares, en unos recintos de cemento, especie de pequeñas piscinas a las que llegan tuberías con agua, aunque también vimos muchas lavadoras y secadoras. Aparte de lavarla y plancharla, la recogen y trasladan en enormes carros alargados. 


Las terrazas y balcones están repletos de ropa tendida a secar y bajo numerosos techados se almacenan bultos de ropa ya lista para entregar. Afortunadamente aquí se seca con rapidez. Las personas que allí viven o trabajan pertenecen a una subcasta específica,  los dhobi, dentro de la de los intocables y en la mayor parte de los casos son hombres los que se encargan del trabajo, igual que los que limpian los hoteles, siempre hombres.


A primera hora de la tarde y en domingo, la faena debía estar concluida y solo vimos a chavales lavándose. A nuestros condicionados ojos occidentales este barrio abigarrado de viviendas precarias no es precisamente un lugar sano para vivir, algo que sus moradores no ven de la misma forma. Al parecer, hubo y hay intentos de desalojo para construir bloques de viviendas modernas, y caras, claro, como las que lo rodean, pero se negaron. Rechazaron irse y abandonar su modo de vida que suelen mantener de generación en generación.

Al fondo, fieles musulmanes haciendo una larga cola para acudir a una mezquita

El periplo oficial se completó con una visita a Shree Siddhivi, templo dedicado al dios Ganesh, representado por una cabeza de elefante. El lugar está alejado y precisa una hora en bus en medio de atascos sin fin, pero nos permitió ampliar el foco sobre esta gran ciudad. De camino vislumbramos de lejos una multitud en fila para acudir a una mezquita, llamativa por su tamaño.



Acceder al recinto del templo, en el que había cientos de fieles, miles posiblemente, exige pasar un escáner y un detector de metales, y después descalzarse para entrar, dejando los zapatos en puestos donde los almacenan en grandes cestos, algo que se repetiría en otros lugares que visitamos.


El ambiente era festivo y colorista, y la cola para llegar a la imagen del dios larga y tediosa. No pudimos hacer fotos ya que está estrictamente prohibido y la abundancia de oro del recinto de Ganesh impone; al parecer el templo es rico por las donaciones de los fieles. Ajenos a su religión, la visita no nos causó impresión pero no así a los hindúes, que estaban excitados y algunas personas visiblemente emocionadas mientras oraban.


A la salida, camino del bus, vimos una familia entera durmiendo en la calle con total normalidad aunque era todavía media tarde. Nadie reparaba en ellos, salvo quizás nosotros. 


Había muchos niños y niñas mendigando, y si se comete la torpeza de dar dinero a alguno corre la voz y una avalancha rodea al incauto/a, algo que excuso decir nos ocurrió. Agobia y queda claro que no es una buena solución, aunque nos saben impresionables y acosan a los turistas. Pero también saben ser simpáticos y zalameros y nos acompañaron hasta el bus para decirnos adiós.


Antes de volver al hotel repetimos la jugada y nos quedamos de nuevo en el paseo marítimo, al lado de una playa. Era domingo y había de nuevo miles de personas pasando la tarde, también sobre la arena de la playa. No existe en la India la costumbre social del baño y la gente se limita a andar o sentarse en la arena pese a las elevadas temperaturas.


Junto al paseo hay grandes edificios, algunos de oficinas y otros de viviendas, en los que residen «los principales y los importantes» en la terminología de Gulab, nuestro guía, que usaba cada poco esta coletilla que a veces incluía a «los políticos».


Regresamos al hotel para pasar la última noche y volar a la mañana siguiente a Aurangabad, siguiente destino.



Nuestro grupo de siete decidió madrugar para dar un último paseo por el centro de Colaba, el barrio donde nos encontrábamos. Recalamos en la cafetería Leopold para un descanso y antes transitamos por calles repletas de actividad.


Era una mañana de lunes y la ciudad estaba en movimiento, como cualquier gran urbe.

Sin pretenderlo nos topamos con un mercado, principalmente de fruta y verdura, animado y atractivo.

Y por fin al aeropuerto de Bombay para el viaje interior. Nos fuimos de la ciudad de Bollywood, la otra meca del cine que supera ampliamente a Hollywood. De camino vimos muchos tuk-tuk, las populares motocicletas-taxi, y supimos que pululan por toda la ciudad... salvo por el barrio de Colaba, en el que habíamos estado. El objetivo del veto es darle mayor relevancia, y por ello solo circulan taxis convencionales. 


En el aeropuerto, una infraestructura moderna y de cuidada factura, descubrimos que por seguridad solo está permitido el acceso a la terminal a quien exhiba un billete y pasaporte, lo que controlan en la puerta agentes militarizados. Quien quiera despedir o esperar a alguien en la India tiene que hacerlo en el exterior. Antes de salir para el aeropuerto acabábamos de conocer los resultados de las elecciones andaluzas. Sorpresa general y estupor. Nadie lo esperaba.

2 comentarios:

  1. Hola soy la compañera de viaje Esther. Enhorabuena porque es formidable este blog. Me encanta tanto las fotos como los comentarios. Muy bien!!!! Un saludo.

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    1. Gracias Esther, un placer tener noticias tuyas y que disfrutes con el blog, que de eso se trata.

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