miércoles, 12 de diciembre de 2018

(5) Buscando las esencias de Goa

Foto del patio del hotel con la piscina y ,alrededor, las habitaciones
El viaje se acercaba a su final y solo quedaba esta etapa de Goa, un enclave que estuvo en manos de Portugal hasta 1961, catorce años después de la independencia de la India, y que fue destino de la movida hippy en el pasado. Llegamos en un vuelo desde Bangalore, en cuyo aeropuerto una vez más solo entran los viajeros; el resto, a esperar en la calle. Nuestro destino era un hotel muy vistoso, el Country Inn & Suite Candolim, en una población de Goa (norte) volcada en el turismo. Llegamos ya de noche y tardamos una hora larga desde el aeropuerto ya que la carretera estaba saturada. A lo largo de muchos kilómetros se está construyendo una moderna autovía, en gran parte aérea. Aunque muy avanzada, todavía le queda.


La temperatura es Goa es muy cálida y se apreciaba en el hotel, cuya recepción es un hall abierto por dos lados. Desde uno de ellos se disfruta de la vista de la piscina.


Y las habitaciones están francamente bien, aunque en este tipo de viajes (y en casi todos) se disfrutan más bien poco.


El hall lo preside una escultura en madera de Vasco de Gama, el portugués que siglos atrás colocó en el mapa de los europeos lo que hoy es la India. Hecha a escala de ciento y pico por ciento, nos coloca a nosotros en clara inferioridad. 


Antes de cenar nos fuimos a pasear a la búsqueda de la playa, y dimos un buen paseo por la arena ya a oscuras. Muy placentero pues la temperatura era muy suave. 


Excuso decir que no había nada parecido a un paseo, por lo que los chiringuitos, a docenas y de todos los pelajes, se aposentan directamente sobre el arenal y por lo general, la música sonaba a tope, aunque no había mucha gente. Surge la inevitable pregunta de adónde irá el saneamiento...

Las vacas provocan atascos
De regreso al hotel, con todas las tiendas iluminadas y bien abiertas, y eran legión, comprobamos que las vacas campan aquí igualmente por donde les apetece. Los coches, educados, esperan a que se aparten. Las dos de la imagen tardaron un buen rato y se formó un pequeño atasco, pero nadie protestó ni las presionó. Entre casas y hoteles vimos bastantes vacas, y una de ellas había derribado un contenedor de basura verde, de los de  menor tamaño, y tenía cabeza y cuello metido dentro en la medida que podía para rebuscar, una extraña imagen que no pudimos captar por falta de luz. También quedamos impactados por otra vaca, muy cerca, que estaba con un ternerito recién parido, pero lo que nos llamaba la atención a nosotros no forzosamente provocaba sorpresa a los autóctonos.


Desde el primer momento notamos referencias a la exmetrópoli. Y otro dato, el portugués es idioma oficial en Goa, aunque en rápida regresión.

Iglesia del Buen Jesús
Al día siguiente, después de un opíparo desayuno, iniciamos el periplo visitando la iglesia del Buen Jesús, que alberga la tumba de San Francisco Javier. Es un impresionante y voluminoso templo gótico construido a caballo de los siglos XVI y XVII,  Patrimonio de la Humanidad desde 1986.


Escolares de varios centros, todos perfectamente uniformados, coincidieron con nosotros en la visita al templo.


Los franciscanos se instalaron en Goa en 1542 tras una visita de San Francisco construyendo una escuela que tiempo después devino en seminario.


Sin embargo, recalcan que la iglesia no se construyó para albergar el cuerpo de San Francisco, quien había muerto medio siglo antes de iniciarse las obras. De hecho, pasaron casi dos décadas desde su inauguración por el arzobispo Alexio Menezes, en 1605, hasta que se trasladaron aquí los restos en 1624.


La presencia de las reliquias del santo convirtieron el templo en un lugar de peregrinaje católico. Y más desde 1782, cuando por primera vez se expusieron públicamente. Después se ha hecho más o menos cada diez años.


Faltaban menos de dos semanas para Navidad cuando visitamos el templo y encontramos allí señales visibles de la proximidad de las fiestas.


A partir de 1955 el cuerpo del santo se encuentra en una urna de cristal por decisión de los responsables de la basílica para evitar riesgos. Tres años antes, en el 400 aniversario de su fallecimiento, más de 800.000 fieles acudieron al templo para recordarlo.


A muy poca distancia, unos cientos de metros, se encuentra la iglesia y convento de San Francisco de Asís, que se construyó en 1661, seis décadas después de la del Buen  Jesús, y tiene el título de catedral de Goa.


A los lados del altar mayor hay unas pinturas sobre madera que recrean escenas de la vida del santo. El día que visitamos el templo acogía una amplia exposición fotográfica de las iglesias católicas de Goa con cuidadas imágenes.


A continuación le llegó el turno a la Goa vieja, a conocer la antigua urbe de los portugueses, algo que siempre tiene especial interés tratándose de gallegos que, como nosotros, residen a unos pocos kilómetros de la raia. Si bien Portugal perdió esta colonia por la fuerza de las armas del ejército indio hace casi sesenta años (una miniguerra con varias docenas de muertos), los recuerdos del pasado colonial son visibles sin esfuerzo alguno, caso del emblemático gallo luso.


También abundan las casas de estilo portugués.


Y mosaicos de recuerdo con los principales monumentos históricos de la ciudad.


Algunas casas están nominadas en atractivos mosaicos.


También algunos establecimientos comerciales.


Y el gallo luso reaparece sobre un pozo sin buscarlo, pero tampoco es extraño, fueron 450 años de dominación portuguesa.


Ya en Panají, la capital del estado, situada a poca distancia de Goa Vieja, destaca la iglesia de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción,  sin duda más impresionante exteriormente que en su interior debido a su llamativa escalinata. Este templo barroco, construido en el siglo XVI, sigue actualmente en uso.


La capital de Goa es una ciudad quizás un poco menos india que otras que vimos, con un mayor orden y limpieza aunque similar actividad frenética en las calles. Visitamos un mercado, entretenido como casi todos en cualquier latitud.


Y en una calle próxima al mercado descubrimos una tienda de nombre sospechoso, sin duda una falsificación del original que todos conocemos...


A la hora habitual fuimos a almorzar al hotel Marriot, situado al otro lado de la bahía, un local de vistas privilegiadas sobre el arenal.


La  comida estuvo francamente bien, en línea con el resto o incluso algo mejor, y por las inmediaciones localizamos un casino flotante.


A pocas horas de tomar el avión nos acercamos a la playa de Anjuna, en el norte de Goa, famosa por ser un lugar de reunión hippy que vivió su época de esplendor en los años 70 y 80 del siglo pasado. El autobús forzosamente tuvo que aparcar a unos dos kilómetros del mercadillo, que ejerce de antesala de la playa, y  más que un mercado es un centro comercial del ramo. Motivo: cientos de puestos con artesanía, ropa, abalorios, recuerdos, pañuelos, artículos de cuero, en el que la estética de muchos de los vendedores recuerdan el estilo de la movida hippy. 

Anjuna beach mercadillo
Cientos de puestos ocupan un amplio espacio y terminan directamente sobre la playa. En apariencia hay mucha oferta, aunque se repiten los productos.


El camino desde el bus al mercadillo agobia. Es una carretera estrecha, obviamente sin aceras o algún tipo de arcén, y continuamente pasan coches y motos, algunos a excesiva velocidad, que es preciso esquivar a cada momento. También vimos árboles llamativos.


La playa es larga, muy larga, con puestos y chiringuitos directamente sobre el arenal y mucha gente paseando, tomando el sol, unos pocos bañándose y muchos más consumiendo en los locales. Según nos explicaron, estas playas de Goa,  la de Candolim y especialmente la vecina Calangute (en total hay 35 con unos cien kilómetros de arenales) son las principales de la India.


Pero para que no olvidemos donde nos encontramos, unas vacas de pequeña estatura también disfrutaban de la playa.


La imagen de la playa, en algunos tramos con decorativas rocas volcánicas y siempre palmeras de fondo, es relajante. Fue nuestra última visión de la India. Desde aquí nos fuimos al hotel a recoger el equipaje y a ducharnos, lo que pudimos hacer en la piscina a última hora del día pese a que habíamos dejado las habitaciones por la mañana. Algunos incluso aprovecharon para darse un baño. Muy amables. Nos vino muy bien ya que tocaba noche de aeropuerto (hasta las tres de la madrugada) y avión para llegar al mediodía del día siguiente a Madrid, otra vez vía Doha.

En el aeropuerto de Goa especiales medidas de seguridad, con la exigencia de pasaporte y billete para entrar a la terminal, luego las maletas pasan por el escáner y al salir les colocan un precinto a los candados (¡un engorro a la hora de retirarlo, lleno de pegamento!) y después le llega el turno a los pasajeros. Con paciencia superamos los obstáculos y volvimos sin novedad, y muy contentos tras la experiencia.


Días después de regresar a España, Diario de Burgos publicó la foto ante el Palacio de Mysore, en el que algunos gallegos nos habíamos colado entre la mayoría burgalesa del grupo. Un orgullo aparecer como burgaleses, aunque sólo lo seamos de ocasión.

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