martes, 4 de diciembre de 2018

(2) Aurangabad: Ajanta, Ellora y más


Llegamos ya de noche al hotel de Aurangabad, el Lemon Tree, que no estaba mal y tenía una fotogénica piscina que la mayoría no utilizaríamos pese a que dormimos allí tres noches. Motivo: salíamos pronto por la mañana y volvíamos para cenar, cuando ya no estaba operativa.


Era una instalación semiovalada con el frente recto y repleto de plantas y jardines. Coqueto. Puestos a señalar algún pero, el comedor era algo pequeño para tanto cliente y la comida mejorable y no muy abundante en algunos casos.


Aunque no lo sabíamos al llegar, la ciudad solo la conoceríamos desde el autobús de camino a las excursiones de cada día. Llegamos a la conclusión de que no tenía especial interés, por lo que vimos desde las ventanillas y por la falta de referencias en Internet. Si bien supera el millón de habitantes (simplemente tamaño estándar en la India) ofrece un aspecto caótico incluso en sus calles más céntricas y no acertamos a ver ninguna avenida o arteria principal. Al contrario, carecía de aceras y de una mínima configuración urbana. Respecto al nombre, hay otras dos urbes con la misma denominación en los estados de Bengala Occidental y Bihar y, como todas las que terminan en bad, indica que es mayoritariamente musulmana.

En cualquier caso, el tráfico era similar a Bombay, salvando las proporciones: denso, confuso y desordenado, no apto para occidentales confiados. La última mañana en Bombay, al salir del hotel no encontrábamos forma de cruzar la avenida hasta que un vigilante de seguridad de las vecinas obras de ampliación del metro se apiadó de nosotros y paró la circulación. Sin él no se qué hubiéramos hecho.

No obstante, Aurangabad es una sede turística de primer orden, pero solo por motivos muy concretos, que son cuatro y todos ellos especiales: las cuevas (templos) de Ajanta y Ellora, el Taj Mahal pobre y el castillo de Daulatabad, justamente los que nosotros visitamos. Según nos explicaron, es menos rica que Bombay y a la vez hay menos pobreza. En otras palabras, que los contrastes no son tan acusados, sin tanta riqueza a la vista ni tanta gente abandonada a su suerte.


En las carreteras de los alrededores pudimos ver este curioso sistema para construirlas: las hacen de cemento y luego las cubren con sacos húmedos para reforzar la base. Pero tiene un objetivo, que no es otro que retrasar el fraguado y evitar grietas


Y, además de vehículos, por sus márgenes circulan otro tipo de usuarios.


La normativa india exige la presencia de guías locales en cada visita, por lo que en Bombay junto con Gulab estuvo una guía que no nos dejó huella ya que no hablaba castellano y Gulab (que conocía las explicaciones) tenía que traducirnos, una duplicidad sin sentido. En Aurangabd estuvo con nosotros Abdul (en la imagen superior), todo un personaje que se permitía incluso vacilarnos. Hablaba muy bien español y al preguntarle cómo lo había aprendido afirmó que «con su suegra». Sorprendidos, pensamos que estaba casado con una española, inusual pero posible, aunque posteriormente aclararía que era una broma.

Acceso a las cuevas de Ajanta
Ajanta  fue la primera visita. Salimos pronto del hotel, a las 8.30, para recorrer los cien kilómetros de distancia al recinto, y en ese desplazamiento empezamos a conocer lo que son las carreteras indias. Gulab anticipó que serían unas tres horas, o sea, una media ridícula, y así fue. Pero el viaje resultó interesante para ver, aunque fuera tras las ventanillas del autobús, la India rural.



Características: un tráfico intensísimo, largos tramos en obras (de ésas en las que no se ve trabajar a prácticamente nadie, por lo que te preguntas si de verdad son obras o el estado natural de la vía es tal cual así) y los márgenes un espectáculo de chiringuitos de plástico, lata o plástico donde cocinan, toman el té o venden algo, vacas a su aire, plásticos, basura y desorden general. Imposible encontrar tramos urbanizados ni siquiera en los accesos a pueblos y ciudades, nada raro ya que tampoco en su interior.

Veíamos multitudes de gente, pero con una peculiaridad: eran todos, o la inmensísima mayoría, varones. No hace falta explicar que ellos andan libremente y ellas atadas a su casa y con múltiples frentes que atender.

Y al llegar a las cuevas, lo primero el paseíllo a través de docenas de puestos y una turba de agresivos (en sentido comercial) vendedores que no aceptaban el no o el silencio por respuesta. Hace falta temple, algo que fuimos adquiriendo con el paso de los días. Y no es fácil ya que incluso se suben a la lanzadera que conecta el aparcamiento con el acceso a Ajanta, y dentro del bus prosigue la letanía vendedora. Normal que lo hagan ya que finalmente consiguen colocar productos (aquí, sobre todo, libros de las cuevas) a una mayoría de visitantes, eso sí, a precios sorprendentemente dispares según la pericia regateadora de cada cual. 


En total hay una treintena de cuevas que son consideradas por los expertos un auténtico museo subterráneo del mejor arte budista y Patrimonio de la Humanidad desde 1983.


Fueron excavadas en una caldera rocosa al final de un valle, delante de las cuales se han habilitado terrazas y paseos para el acceso, que se hace con mucha facilidad.


En algunas de las cuevas-templos, concretamente en las que conservan pinturas, es preciso entrar descalzo, lo que obliga a un laborioso proceso. Los precavidos llevaban calcetines, pero hacía calor y no todos lo tuvieron presente.


Visitamos una decena de cuevas para no empacharnos y Abdul recalcó la importancia del momento asegurando que se estudia preservarlas haciendo una réplica para los visitantes, al estilo de Altamira, pero no ofreció datos concretos.


Las cuevas impactan por su contenido artístico y también por su tamaño, teniendo en cuenta construyeron entre los siglos I al V .


En algunos casos se han  conservado los dibujos y las pinturas originales, muy complicados de realizar en un interior oscuro. Para ello aprovechaban los meses más soleados y utilizaban espejos para llevar luz a su interior, única forma de poder hacerlo. 


Tras su abandono, la maleza cubrió el acceso de las cuevas y nadie sabía de ellas. Fueron descubiertas accidentalmente en 1819 por un oficial británico que estaba cazando y perseguía a un tigre.


Como en Elefanta, en algunos templos había pequeñas celdas para los monjes.


Son especialmente famosas ya que gracias a estas pinturas y esculturas se ha podido documentar la evolución del arte en esos siglos.

Si uno se sumerge en los templos con la mente abierta en ocasiones produce efectos secundarios de calentamiento espiritual, como queda a la vista.


La mayoría de las esculturas se hicieron con pasta de barro pintado con pigmento vegetal o animal.


La oscuridad ha sido la gran aliada para la conservación de la obra; de haberse creado en el exterior, el sol y las inclemencias climáticas habrían acabado con ellas.


El tirón turístico de las cuevas, pese a su lejanía de Aurangabad, queda en evidencia por el número de visitantes.


Y no lejos de la gente siempre hay monos. Son casi parte del paisaje.  


A la salida de Ajanta nos encontramos con una excursión de mujeres procedente de un pueblo próximo a Jaipur, muy cerca del de nuestro guía, todas ellas vestidas con coloridas túnicas, que estaban comiendo tranquilamente, junto a sus maridos, pero separadas de ellos. Gulab quedó encantado. Amables y sonrientes, nos ofrecieron compartir la comida que tomaban sentadas en el suelo. Por nuestra parte, teníamos comida reservada en el único chiringuito de la zona, que fue simplemente pasable pero suponemos que no había alternativa.


Antes de visitar las cuevas de Ellora iniciamos el día siguiente acercándonos a la fortaleza de Daulatabad (igualmente terminado en bad), una construcción impresionante.


Construido en el siglo XII, aunque posteriormente fue ampliado, aprovechando una colina de 200 metros de altura, que lo convirtió en inexpugnable.


El estado de las murallas es en general excelente, quizás porque  Daulatabad solo fue capital de la India poco más de una década, pero finalmente perdió la capitalidad precisamente por la escasez de agua en la zona. La decisión de traerla de Delhi hasta aquí fue del sultán Mohammed Tughtag, que también trasladó a la población, lo que provocó una gran mortandad.


Abdul nos explicó con detalle la historia de la fortificación. Muy interesante.


Además de murallas laberínticas en ocasiones, el acceso principal era una estrecha puerta, tras la que había un pequeño patio con otras dos. Si el atacante optaba por la de la izquierda, dentro había un pequeño recinto cerrado...  con dos elefantes emborrachados con melaza. La otra puerta también tenía sus dificultades, la principal que estaba en ángulo, lo que impedía derribarla con un ariete. 



Más adentro existe un túnel excavado en el monte que permitía a los defensores una rápida y secreta comunicación con el fortín de la cumbre, pero que se convertía en un laberinto sin salida para quien no lo conociera. Aparte, en algunos muros de paredes del castillo hay pilas para agua...que podían envenenar, y lo bordeaba un foso con cocodrilos hambrientos.


Dentro de la fortificación había varios aljibes de gran tamaño para que los defensores pudieran abastecerse sin problema. 


De lo más interesante del recinto: el minarete de la mezquita, estilizado y atractivo.


Construido en ladrillo, es el segundo de mayor altura en la India.


Dentro del castillo es casi un icono,


que uno de los miembros del grupo aprovechó para hacerse la foto con una peculiar bandera en la que va colgando, junto al Cid y su Babieca, los escudos de los países que visita, que son ya muchos.


Desde Daulatabad seguimos en dirección a Ellora, algo factible ya que la distancia es de unos 30 kilómetros. Simplificando, son una sucesión de cuevas similares a las de Ajanta, aunque con algunas diferencias. Y la visión de la primera, nada más entrar, impresiona.

La principal diferencia es que no todas son budistas (doce, de los siglos VI y VII). Por el contrario, las hay también hinduistas (diecisiete, siglos VII y VIII) y otras cinco jainistas (de los siglos VIII al XIII), lo que probaría que en el pasado había una cierta tolerancia religiosa y una buena convivencia entre los distintos credos.


Otra diferencia con Ellora es que no se han conservado las pinturas. El motivo es puramente técnico, según nos explicó Abdul: no le echaron clara de huevo a la hora de crear los colores y al no quedar bien pegadas a las rocas han desaparecido.


En algunas de ellas encontramos esculturas de gran tamaño. En muchos casos, son elefantes, porque el elefante, también presente en una de sus principales deidades, Ganesh, que tiene cuerpo humano y cabeza de elefante, es muy especial para los hindúes y lo califican como el que abre los caminos o el destructor de obstáculos, simbolizando la inteligencia y la protección.


En sintonía con Ajanta, son también Patrimonio de la Humanidad.


Por ello y por su belleza, nosotros lo recorrimos embobados.


Las 34 cuevas se construyeron a lo largo de dos kilómetros de la falda de la montaña.


Debido a la distancia, tras recorrer las primeras tomamos un bus para llegar al templo principal.


La joya del recinto es el templo de Kailasanatha, que fue tallado en una sola roca trabajando de arriba a abajo en el siglo VIII. Se dice que durante siglo y medio trabajaron siete mil obreros para hacerlo realidad, y que en ese tiempo extrajeron 200.000 toneladas de roca. 

Sean las cifras reales o aproximadas, imponen, lo mismo que la visita.


Es un recinto que impresiona por su complejidad, por el resultado logrado y por la existencia de varias plazas con puentes que unen las distintas alas, configurando esta maravilla arquitectónica. Estaba atestado de gente.


Tras una mañana intensa en Daulatabad y Ellora, y ante lo que vendría después, repusimos fuerzas en un restaurante situado a la entrada del complejo. Nada que ver con el del día anterior: pudimos comer a la sombra y al aire libre, y la comida fue de más calidad. Estábamos comodísimos.


Para completar la intensa jornada nos acercamos al mausoleo de Bibi Ka Maqbara (Tumba de la dama), nombre por el que es poco conocido. En cambio, ha triunfado el apelativo de Taj Mahal de los pobres por su parecido con el otro Taj Mahal, el oficial, el de Agra.


Realmente son dos construcciones muy similares y en ellas, como en otros muchos lugares, nos pidieron hacerse fotos con nosotros, nosotras en este caso.


Se edificó en la segunda mitad del siglo XVII por el hijo de Aurangzeb, el emperador mongol que fijó aquí su capital en el siglo XVII y dio nombre a la ciudad. Azam Shah lo construyó como mausoleo para su madre, Dilra Banu. Su abuelo, Sha Jahan había sido el impulsor de Taj Mahal de Agra.


Fue construido en yeso, un material difícil de conservar, lo que se aprecia en el estado general del recinto. Algunos andamios en la parte trasera certifican que se está renovando en las partes más afectadas por el paso del tiempo. Ajenos a los detalles, y ya en el ocaso del día, disfrutamos de la puesta de sol sobre el monumento, el tercero de la jornada después de Ellora y Daulatabad, casi un empacho de arte e historia.


A diferencia del Taj Mahal de Agra, invadido de turistas de todo el planeta, en el de Aurangabad lo que predominan son familias indias de las regiones más cercanas.


Es un lugar que desprende paz y tranquilidad, aunque la ausencia de agua en las fuentes y estanques le restaba belleza.


Pero el agua no debe ser abundante, ya que los jardines evidenciaban su carencia con un césped casi amarillo. Casi a la salida nos hicimos una foto de grupo.


Solo estaban regados los árboles.


Con el sol desapareciendo a toda velocidad abandonamos el recinto con una última mirada a su cúpula, que ni es de mármol, como su modelo de Agra, ni tampoco tan grande, pero no por ello deja de impresionar. Antes nos despedimos de Abdul, que fue un agradable acompañante y guía durante los días en esta ciudad.


Atravesamos de nuevo Aurangabad y nuestra idea era buscar un sitio céntrico donde bajar del autobús para hacer un recorrido a pie, a fin de conocerla siquiera someramente. No encontramos el lugar oportuno que nos llamara la atención y cuando nos dimos cuenta estábamos en el hotel. Queda para otra vez.


Aprovechamos para hacernos la foto con un tuk-tuk, vehículo abundante en India y que habíamos utilizado regularmente en nuestro viaje a Tailandia unos años antes. 

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